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Crítica: El Juego de Ender

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T.Original/Año: Ender’s Game (2013)
Dir.: Gavin Hood
Int.: Asa Butterfield, Harrison Ford, Hailee Steinfeld, Ben Kingsley, Viola Davis, Abigail Breslin, Moises Arias, Aramis Knight, Jimmy Jax Pinchak, Andrea Powell

Más de dos décadas antes de que Suzanne Collins triunfase en el mercado editorial con Los Juegos del Hambre, otra novela, posteriormente convertida en saga literaria y con la palabra “juego” en su título, tocó muchos de los mismos temas de la célebre trilogía protagonizada por Katniss Everdeen, de una manera bastante más profunda y adulta, y con bastantes menos concesiones. El Juego de Ender, de Orson Scott Card, se convirtió en una de las novelas de ciencia ficción más importantes de la segunda mitad del siglo XX, en una de las mas leídas (entre otras cosas, es lectura obligatoria en la mayoría de colegios estadounidenses) y en una de las más queridas. Por añadidura, también pasó a formar parte de esa selecta lista de novelas consideradas “inadaptables” por Hollywood por uno u otro motivo, como La Conjura de los Necios (John Kennedy Toole), El Alienista (Caleb Carr) o El Señor de los Anillos (J.R.R. Tolkien). En el caso de El Juego de Ender, no se trataba sólo de las dificultades técnicas, que el tiempo y el avance de los efectos especiales han conseguido dejar atrás, sino de toda una serie de temas y situaciones extremadamente complicados de poner en imágenes en una película de gran presupuesto. Y es que la obra magna de Card es más que un simple cuento de ciencia ficción: temas como la moralidad de los actos de guerra, los daños colaterales que ésta conlleva, la participación de niños y adolescentes en situaciones de conflicto, la manipulación y la mentira, y otros muchos que me dejo en el tintero, son los que hacen de El Juego de Ender una obra de una complejidad narrativa que Hollywood no suele ser capaz de afrontar.

Ésa fue, precisamente, la mayor preocupación de los fans de la novela. ¿Sería capaz Hollywood de respetar aquello que había encumbrado a la obra de Card? La respuesta, una vez vista la película, se queda en un punto intermedio que, sorprendentemente, se inclina de forma visible hacia el sí. Empecemos por la parte negativa, y así nos la quitamos de en medio: por lo pronto, era impensable que una película de estas características utilizase a niños de la edad de los de la novela. Como pasó con el personaje de Claudia (Kirsten Dunst) en Entrevista con el vampiro, o como sucede actualmente con muchos de los personajes de Juego de Tronos, se necesitan actores de mayor edad para poder ponerlos en algunas situaciones que, de utilizar niños de las edades indicadas en los libros, probablemente harían que sus responsables dieran con sus huesos en la cárcel. Los jóvenes actores de El Juego de Ender son todos más o menos adolescentes, sin que eso signifique necesariamente una afrenta a la novela, ni una pérdida de profundidad o dramatismo en las situaciones que retrata. Es más, Asa Butterfield (Hugo) es posiblemente el mejor Ender que se podía encontrar, y, aunque le cuesta un poco entrar en el personaje, termina resultando algo muy, muy cercano a lo que los lectores de la novela pudieron imaginar. Es una pena, no obstante, que no se le de más cancha a Aramis Knight -fascinante nombre el suyo-, que encarna con bastante acierto y gracia a uno de los personajes secundarios más importantes, si no directamente el más importante, de la novela (me refiero, claro está, a Bean).

Los mayores defectos de El Juego de Ender como adaptación, residen, no obstante, en otros dos problemas: la extensión y el temible “punto intermedio”. En el caso de la extensión, resulta imposible condensar 300 y pico páginas de historia en una película de dos horas, con lo cual nos encontramos con que muchos elementos importantes de la trama han sido minimizados, cuando no directamente eliminados (y estoy pensando por ejemplo en toda la trama concerniente a Peter y Valentine como “Locke y Demóstenes”, de la que no hay ni mención), y otros han sido sacrificados al ya conocido “los que se hayan leído la novela ya saben de qué va la cosa”. Afortunadamente, el segundo caso -el más problemático de los dos- está bastante controlado, y apenas deja entrever su fea cara en un par de ocasiones. Más complicado es el tema del “punto intermedio”, también conocido como el “efecto Watchmen“. Y es que Gavin Hood (que por suerte ha dirigido El Juego de Ender con más profesionalidad y ganas que X-Men Orígenes: Lobezno) no tiene claro si está dirigiendo un gran espectáculo de ciencia ficción, una película juvenil o una adaptación de la novela de Card. El resultado, claro, es que en muchas ocasiones la película salta de uno a otro extremo sin demasiada solución de continuidad, y podemos encontrarnos con momentos que muchos dudábamos que llegasen a aparecer, seguidos de concesiones innecesarias al público preadolescente/desconocedor de la novela/americano en general (no olvidemos que tras la producción está Summit Entertainment, la compañía irresponsable de la temible franquicia crepusculera). No resulta tan frustrante como en el caso de Watchmen, pero no se puede negar que esa indecisión está ahí, y que no favorece para nada a la película.

Como contrapunto a todo ello, tenemos una factura técnica impecable (no, no está obviamente a la altura de Gravity, como alguien criticaba no hace mucho, ni maldita falta que le hace), y a un reparto que funciona de forma notable, especialmente en el caso de los actores más jóvenes. En el caso de los adultos, es digno de mención el hecho de que Harrison Ford haya decidido salir del piloto automático por una vez en los últimos veinte años, construir un personaje como dios manda, y además hacerlo más que bien. Quizá es flor de un día, quizá Ford está intentando resucitar su carrera, pero lo cierto es que se agradece verle hacer algo más que pasearse por delante de la cámara poniendo cara de yogur caducado (no es, en cambio, el caso de Ben Kingsley, que hace exactamente eso mismo durante los escasos veinte minutos que está en pantalla). Pero lo que más se agradece es que hayan tenido la valentía de respetar la mayoría de los temas, y muchas de las situaciones, de los que Card habla en su novela. Están ahí, algunos más disimulados que otros, quizá un poco suavizados para no provocar rasgamientos de vestiduras, pero están. El Juego de Ender, la película, sigue planteando al espectador ideas y momentos que van más allá de las explosiones y los niños jugando a ser adultos. No es una película perfecta, ni siquiera es la mejor adaptación que podía hacerse de la novela de Orson Scott Card, pero es, sin duda, una película muy digna (infinitamente más digna que subproductos infectos como After Earth, que hizo más dinero del que probablemente hará El Juego de Ender), y un excelente motivo para que quizás, sólo quizás, gente perteneciente a un par de generaciones alérgicas a la lectura descubran que hubo vida, mucha y muy buena, antes de J.K. Rowling y Suzanne Collins. Que visto lo visto, no está nada mal.



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